011 4806 1119

Pacheco de Melo 1827, P.5º

C.A.B.A. | Argentina

Cómo reconocer a un adolescente depresivo

De las múltiples formas en que la enfermedad depresiva se disfraza para acomodarse en el ser humano, en cada edad adopta características comunes a las otras, pero también diferenciales y especificas de ella misma.

La adolescencia es un difícil periodo de transición entre la infancia y la adultez. A medida que la historia de la humanidad transcurre, el periodo adolescente, o sea el hecho de adolescer de las necesarias condiciones para ser adulto, se extiende mas y más en el tiempo.

En sociedades primitivas, la adolescencia prácticamente no existía y el joven de 13 o 15 anos era considerado ya prácticamente un adulto pues estaba capacitado para la guerra y para procrear.
Con el transcurso de la historia, el aumento de la tradición oral y escrita, de la experiencia humana y el asombroso irrumpir de la información, el periodo de adolescencia, no solo se alarga, en algunos casos hasta casi diez anos, sino que su transitar se complica generando nuevas dificultades y trastornos que le son propios.

Pero, como vimos anteriormente, la enfermedad depresiva no respeta edades, ataque tanto a un viejo como a un lactante si es abandonado por su madre, y por supuesto a un adolescente.
Este periodo de la vida se caracteriza por un aumento especial de la vulnerabilidad, claro que dependerá, como en otros casos, de la constitución genética del individuo y de las defensas que haya adquirido en la infancia, el amor y la seguridad que sus padres hayan volcado sobre èl.

El joven, que se asoma por primera vez a la vida adulta, a la independencia, a la falta de total protección de sus padres puede vivir con sentimientos de angustia o tristeza el tener que abandonar el refugio de la infancia, o en otros casos desear fervientemente llegar a la adultez, signo de independencia y libertad absolutas.

El problema es que esta transición no siempre se lleva a cabo con serenidad ni exenta de sobresaltos. La irrupción del instinto sexual y sus caracteres secundarios. El conflicto generacional que eso produce, el choque con las costumbres de la generación de sus padres, la influencia de los medios de comunicación, expertos en el manejo de opinión y que toman al joven inexperto sometiéndolo fácilmente a sus designios no siempre tan santos.

Normalmente entonces, el adolescente reacciona con sentimientos de omnipotencia y rebeldía, ejercita la nueva libertad, juega con ella le cuesta aceptar las reglas sin explicación, tiende a transgredir las normas. Es altamente sugestionable y manejable, permeable a las influencias del amigo y sobre todo del grupo o clan que integra.

La verdad estará en sus compañeros y no en la palabra de sus padres, para él, anticuados y estúpidos.
Pero todo esto no es gratuito. Produce un buen desgaste energético y el sistema nervioso, cuando no se halla genéticamente predispuesto para resistir tensiones, reacciona a veces con depresión, el metabolismo se altera, la conducta cambia. En otros casos las defensas se pulverizan y el joven entra en un proceso de enajenación psicotica, pero eso es otra cuestión.

Es esta forma, el adolescente aparece con tristeza, deja de arreglarse, se abandona físicamente, se viste mal, lo peor de todo esto es que es interpretado como un fenómeno de moda por sus familiares y hasta por profesionales sin conocer la verdadera esencia del fenómeno.

Su conducta se altera, generalmente hacia la agresividad, su concentración falla, sus estudios empeoran, en ocasiones se ve impulsado a beber alcohol o consumir drogas, con lo que calma inicialmente la angustia provocada por la enfermedad, pero con un mal destino sin dudas.

En casos extremos llega hasta el suicidio, inexplicable generalmente para familiares y amigos.
Otros casos, cuando en el adolescente predominan ciertos elementos constitucionales, aparecen las fobias, en general referidas al propio cuerpo (dismorfofobias) Se ven flacos, delgados, gordos, narigones, de mal andar, con deformaciones locales y piensan que todo el mundo los mira por eso, comienzan a aislarse, no salen, entrando paulatinamente en el peligroso mundo de la depresión secundaria.

En otros casos, aparecen las fobias a enfermarse, el temor al SIDA en la época actual, el temor al cáncer. Otros, menos afortunados, comienzan en esta edad a sufrir crisis de pánico, estados o ataques inesperados, con temor a descomponerse, palpitaciones, traspiraciones, sofocación, miedo a enloquecer, a perder el control de si mismo y hacer el ridículo.

A posteriori, y especialmente en las mujeres, luego de algunas crisis de pánico se va desarrollando el síntoma de la agorafobia, o sea que van dejando de salir por la calle, por temor a descomponerse, concurrir a lugares públicos o viajar en transportes, confinándose a sus casas y desarrollando un cuadro depresivo que a veces culmina con la ingestión de alcohol, el abuso de drogas cuando no con el suicidio.

Dr. Oscar R. Carrión